La religión primitiva de Roma
El sentimiento de indefensión frente a los fenómenos de la naturaleza llevó a los primeros romanos a aceptar la existencia de que había algo sobrenatural que los regía, unos espíritus, los numina. Por ello, para conseguir su protección o para evitar sus reacciones perniciosas los divinizaron y les rindieron culto en la intimidad del hogar o al aire libre ya que en un principio carecían de templos. Se cree que los romanos no construyeron templos ni estatuas sino hasta pasados unos doscientos años después del periodo monárquico, por influencia, principalmente, de etruscos y griegos.
Según fue creciendo Roma, sus ciudadanos incorporaron, a través de los etruscos, la religión griega como otros aspectos de la civilización helénica (literatura, arte, filosofía...) que fue haciéndose más profunda tras la conquista por Roma de la Magna Grecia y luego de la zona en torno al Egeo (siglos III y II a. C).
El vínculo que unió la religión griega y romana estuvo personalizado en el mito de Eneas. Eneas era un príncipe troyano, hijo de Venus y Anquises que tras la toma de Troya por los griegos recibió de su madre el encargo de fundar una nueva Troya, la futura Roma.
Eneas curando sus heridas en presencia de su madre Venus. Fresco encontrado en Pompeya. La tradición considera a Eneas como el creador de la estirpe de la cual procede Rómulo y Remo. Museo Arqueológico Nacional, Nápoles.
De los griegos, como ya hemos visto en el capítulo anterior, tomaron el panteón humanizado, los atributos de los dioses y su rico mundo de mitos, aunque cambiando el nombre a las divinidades. El panteón griego pasaría a constituir el núcleo central de la religión oficial y a ellos se dedicarían templos, fiestas y juegos.
La religión desde finales de la República
Con la expansión de Roma de finales de la República y durante el Imperio, los romanos entraron en contacto con más pueblos y creencias. El sentido práctico de los romano hizo que adoptaran los dioses, creencias o ritos de los pueblos conquistados. Con ello se aseguraban la protección de todos los dioses y espíritus del territorio que poseían. Es decir, la religión romana se hizo una religión integradora, donde las creencias primitivas no eran incompatibles con las nuevas. Incluso, a partir de Augusto, se creó un nuevo dios, el emperador, figura de carácter providencial que velaba por la prosperidad del Imperio y que simbolizó el patriotismo de los ciudadanos.
Fíjate en el detalle esta hermosa joya de tiempos de Augusto conocida como la Gema Augustea y toma nota de lo que simboliza. Si quieres ampliar más la información, hazlo aquí. La figura masculina sentada en el trono es la del emperador Augusto. Su rostro es reconocible, aunque presente un torso descubierto totalmente idealizado. Su pose es como de un todopoderoso dios Júpiter con el que se le identifica por el águila que aparece bajo el asiento y por el cetro que porta. Octavio Augusto pisa un escudo, que simboliza las poblaciones conquistadas y preside, como si fuera Júpiter, un cónclave de dioses. Una figura femenina, que podría ser su esposa Livia, le quiere ceñir sobre su cabeza la "corona cívica" de hojas de roble, que el Senado le otorgó como símbolo de haber salvado al Estado romano. A su derecha, se sienta una mujer, fácilmente identificable con Dea Roma, la personificación del mundo civilizado del Imperio Romano. La reconocemos por llevar en la cabeza un casco guerrero como Atenea. Aparece armada con una lanza en la mano derecha y una espada en la mano izquierda, probablemente para demostrar que Roma siempre estaba lista para luchar en una nueva guerra. Las figuras que se encuentran a la derecha del emperador, son Neptuno u Océano (le falta un posible tridente que empuñaría en su mano izquierda) y la Tierra o Italia como Ceres, con dos niños, y llevando una cornucopia o símbolo de la prosperidad. Son figuras alegóricas de prosperidad y dominio sobre los reinos del agua y de la tierra.
Pero las creencias de la mitología grecorromana clásica no llenaban completamente a muchos de sus seguidores, porque las plegarias y ofrendas se hacían como un acto supersticioso. El fiel ofrecía a los dioses y a los espíritus para recibir favores, pero ello no implicaba ni una creencia firme ni una vida moral o una recompensa más allá de la felicidad o protección temporal. De ahí, el éxito que tuvieron en el Imperio las religiones mistéricas que se desarrollaban en Oriente. Se conocían como mistéricas porque guardaban secreto respecto a sus ritos y normas, que se adquirían según se iba iniciando el fiel en ellas. Estas religiones proporcionaban al creyente no sólo la protección del dios, sino también unas reglas de conducta y una promesa de felicidad en el más allá. De allí legaron, por ejemplo, los cultos mistéricos de Cibeles, Mitra o Isis.
Representación de la Gran Diosa, Cibeles, de Nicea en Bitinia. Ahora en el Museo Arqueológico de Estambul.
Escultura de Mitra matando al toro, Museo Británico.
Los romanos fueron tolerantes con todos los cultos, excepto con el cristianismo, religión que no se legalizó hasta el s. IV, por su intolerancia hacia otros cultos y porque sus principios amenazaban la propia civilización romana al negar el culto al emperador.
¿Cómo se daba culto a las divinidades?
Los tres principales tipos de culto son los populares, oficiales y privados o domésticos
El culto popular
El pueblo romano organizaba actos al aire libre en honor de divinidades agrarias. Los ritos, normalmente consistían en el sacrificio de un animal ante un altar o lugar concreto que luego se comía en comunidad, de acuerdo con el carácter publico y colectivo de la religión romana. Las fiestas así celebradas venían a ser como nuestras actuales romerías que festejan a santos protectores locales, realizadas en momentos agrarios en los que se buscaba la protección de las cosechas o los animales.
Las Cerialias fueron unas de las fiestas más seguidas. Se realizaban en honor de Ceres, diosa protectora de la agricultura, de los cereales y del crecimiento vital de los seres vivos, en general. Se trata del más importante y célebre festival dedicado a esta deidad, siendo especialmente popular entre la plebe. Está oficiado por el flamen cerealis, uno de los más antiguos sacerdotes en Roma. Era como un festival de la primavera. Para saber más.
El culto oficial
Los romanos tomaron también de los etruscos la rigurosa observancia de los rituales religiosos que se realizaban bajo la dirección de los sacerdotes delante de los templos y espacios sagrados.
Los colegios sacerdotales estaban formados por miembros respetables de las familias aristocráticas de Roma que habían tomado esta responsabilidad desde época de la monarquía o de la antigua república. A diferencia de otras religiones, estos sacerdotes ni vivían juntos ni se conducían por normas diferentes al resto de la comunidad (excepto las vestales),eran ciudadanos normales con plenas responsabilidades políticas o militares, además de las religiosas.
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El culto doméstico
La primitiva religiosidad romana tenía uno de sus centros en la vida familiar. Al principio únicamente lo realizaban los patricios pero después se extendió también a los plebeyos.
Los rituales los oficiaba todos los días el pater familias en calidad de sacerdote y consistían en la ofrenda y quema de flores y alimentos. La ceremonia se hacía en el atrium de la casa, donde se encontraban el lararium, altar con el fuego sagrado, y las imágenes en cera o bronce de los antepasados o de las diferentes divinidades protectoras del hogar.
Atrio visto en dirección a la puerta de entrada. Se ve el mosaico del suelo y parte del impluvium. En una esquina se situaba el larario y cerca de él un podium sobre el que hay un arcón que podría contener las efigies de sus antepasados del dueño de la domus.
La finalidad era mantener las buenas relaciones con los distintos espíritus lares, penates y manes que cuidaban la casa y la familia:
El mundo funerario
Cuando un romano moría comenzaba un solemne ritual. Se lavaba el cadáver y s ele vestía con sus mejores galas. Después se le metía una moneda en la boca para pagar el pasaje a Caronte hasta el mundo de ultratumba y se exponía el cadáver en el vestíbulo de la casa. Entonces empezaba el velatorio, al que acudían las plañideras, mujeres que lloraban al muerto.
Relieve de la tumba de los Hateri, Roma. En el centro, sobre un tálamo, reposa yacente una mujer en un tamaño superior al resto de las figuras, remarcando su categoría principal. El rito habitual era que el cadáver lavado, perfumado y revestido con sus mejores vestidos permaneciera expuesto muchos días. Tras ella dos plañideras con el cabello suelto se golpean el pecho de dolor mientras un esclavo le pone ¿una guirnalda? a la difunta o tal vez tapaba su rostro de los rayos del sol. Otros grupos asisten sentados y de pie llevándose las manos al pecho de dolor, por el pequeño tamaño no parecen personas principales y bien podrían ser sus esclavos liberados. La escena es acompañada con músicos.
Antes de la salida del sol, familiares y amigos conducían en procesión al muerto a su lugar de enterramiento, que siempre era extramuros de la ciudad. El cuerpo era llevado a hombros o en carro por los hombres, a los que precedían una comitiva fúnebre con plañideras, músicos y si el cadáver era de una familia influyente unos mimos con imágenes de sus antepasados. La procesión se cerraba con parientes y amigos. Si el difunto era muy influyente antes de salir de la ciudad se le despedía en el foro donde un familiar hacía una elegía del fallecido.
Fuera de la ciudad, junto a las calzadas, se depositaba el cadáver del difunto. Según las épocas, se incineraba o se inhumaba. Si se incineraba, las cenizas se recogían en una urna que se depositaba en un columbario o nicho. En cambio, si el cadáver se enterraba, su cuerpo se introducía en un sarcófago.
Las grandes familias romanas tenía lujosas tumbas familiares o mausoleos; en cambio, la gente modesta tenía que enterrar a sus muertos en columbarios comunales (urnas) o en catacumbas (galerías excavadas en la roca de pasillos y varios pisos).